sábado, 16 de agosto de 2025

Mi felicidad

La felicidad es, quizás, una de las búsquedas más profundas y universales del ser humano. Todos, de alguna manera, aspiramos a ella, aunque cada uno la imagine, la viva y la nombre de forma distinta. Con frecuencia creemos que la felicidad es un destino: un lugar al que llegaremos cuando alcancemos ciertos objetivos, cuando resolvamos nuestros problemas, cuando logremos tener lo que ahora nos falta. Sin embargo, cuanto más vivimos, más comprendemos que la felicidad no es un puerto al que se arriba, sino el modo en que decidimos navegar en medio de la vida misma.

La felicidad no se encuentra en grandes acontecimientos aislados, sino en los pequeños instantes que a menudo pasamos por alto: una risa compartida, un café caliente en la mañana, la compañía de alguien que nos escucha sin juzgar, o simplemente la sensación de respirar profundamente y sentir que, al menos por un momento, todo está en paz. Aprender a descubrir la belleza en lo cotidiano es, en realidad, uno de los secretos más sencillos —y más profundos— de la felicidad.

Por supuesto, no siempre nos sentimos felices. La vida también trae dolor, incertidumbre, pérdidas y frustraciones. Pero tal vez la felicidad no consiste en la ausencia de sufrimiento, sino en la capacidad de encontrar sentido y gratitud aun en medio de las dificultades. Es la conciencia de que incluso en los momentos oscuros hay semillas de crecimiento, lecciones que nos fortalecen, y recuerdos luminosos que siguen acompañándonos.

También es importante reconocer que la felicidad es profundamente personal: no se mide con comparaciones ni con estándares externos. Lo que hace feliz a alguien no necesariamente me dará alegría a mí. En un mundo lleno de presiones sociales y mensajes que nos dicen qué deberíamos desear, la verdadera libertad consiste en descubrir qué cosas realmente nutren nuestro corazón y nos hacen sentir vivos, más allá de las expectativas ajenas.

Finalmente, la felicidad se multiplica cuando se comparte. No se trata solo de recibir, sino de dar: una palabra de aliento, un gesto de cariño, una ayuda desinteresada. La alegría que nace del amor y de la conexión con los demás es quizá la más duradera y la que más sentido aporta a la existencia.

Por eso, podría decirse que mi felicidad no está en lo que me falta, ni en lo que otros esperan de mí, sino en mi capacidad de mirar con gratitud lo que tengo, de abrazar el presente con sus luces y sombras, y de elegir, cada día, abrirme a la vida con esperanza.

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