Era un pez, pero no un pez cualquiera: tenía escamas de todos los colores del arcoíris y resplandecían con la luz del sol. Sin dudarlo, Luna corrió a ayudarlo.
—¡Oh, pobre pececillo! —exclamó—. ¡Te devolveré al agua!
Con mucho cuidado, Luna tomó al pez y lo sumergió en el mar. Al instante, el pececillo comenzó a moverse y a nadar alegremente. Entonces, para sorpresa de la niña, el pez habló:
—¡Gracias, Luna! Me llamo Brillo, y soy un pez mágico. Como me has salvado, te concederé un deseo.
Luna se quedó pensativa. Podía pedir cualquier cosa… ¡un castillo de arena gigante, una montaña de helado o incluso volar como los pájaros! Pero entonces miró el mar y recordó algo muy importante.
—¡Ya sé qué quiero! —dijo con una sonrisa—. Quiero que el océano esté siempre limpio para que los peces como tú puedan vivir felices.
Brillo agitó su cola y, de repente, una ola brillante recorrió la playa, llevándose toda la basura y dejando el agua cristalina.
—Tu corazón es tan grande como el mar, Luna —dijo Brillo—. ¡Gracias por tu hermoso deseo!
Desde aquel día, Luna y Brillo se hicieron grandes amigos, y cada vez que la niña visitaba la playa, el pez arcoíris aparecía para jugar con ella.
Y así, Luna aprendió que los deseos más hermosos son aquellos que ayudan a los demás.