sábado, 6 de septiembre de 2025

El puente de la vida

La vida es un puente tendido entre lo que fuimos y lo que seremos. Sobre sus maderos llevamos recuerdos, decisiones, miedos y sueños; algunos tablones crujen, otros brillan aún con la lluvia recién secada. No siempre vemos el final desde el inicio: a veces el horizonte se oculta tras la niebla y sólo avanzando descubrimos la forma del camino.

Cruzar no exige ausencia de temor, sino el valor de dar el siguiente paso a pesar de él. Cargar equipaje demasiado pesado —rencores, culpas, expectativas ajenas— hace la travesía larga y torpe. Aligerar la carga, pedir ayuda cuando el viento sopla fuerte, o confiar en los propios pies son actos sencillos que, acumulados, nos permiten avanzar con más calma y con la vista puesta en el paisaje que se abre al otro lado.

Habrá momentos en que el puente se sacuda: pérdida, cambio, despedidas. Esos temblores no siempre anuncian ruina; muchas veces revelan segmentos que necesitan repararse, personas que necesitan perdón, o la valentía de construir nuevos tramos. Y habrá tramos de quietud, donde podemos detenernos a mirar el río que corre abajo y agradecer lo aprendido.

Quizá lo más valioso no sea llegar pronto, sino aprender a caminar con presencia: a escuchar el canto del viento, a ofrecer la mano al caminante que tropieza, a reconocer que cada paso deja una huella. Al cruzar, mirar atrás no para quedarse, sino para ver cuán lejos hemos llegado. Así, cada puente que construimos y cada puente que cruzamos nos transforma, y en esa transformación descubrimos que la vida no es sólo destino: es el arte de atravesarla.

— Pequeña estrofa
Puente entre ayer y mañana,
mis pasos hacen eco y luz;
llevo lo que me sana,
dejo lo que me hace cruz.

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