sábado, 16 de agosto de 2025

No importa cuán lento camines, mientras camines

No importa cuán lento camines, mientras camines

No llores porque se acabó, sonríe porque sucedió

No llores porque se acabó, sonríe porque sucedió

Luna y el Pez Arcoíris

Había una vez una niña llamada Luna, que amaba el mar más que cualquier otra cosa. Todas las tardes iba a la playa a jugar con las olas y a recoger conchas de colores. Un día, mientras exploraba la orilla, vio algo brillante entre las rocas.

Era un pez, pero no un pez cualquiera: tenía escamas de todos los colores del arcoíris y resplandecían con la luz del sol. Sin dudarlo, Luna corrió a ayudarlo.

—¡Oh, pobre pececillo! —exclamó—. ¡Te devolveré al agua!

Con mucho cuidado, Luna tomó al pez y lo sumergió en el mar. Al instante, el pececillo comenzó a moverse y a nadar alegremente. Entonces, para sorpresa de la niña, el pez habló:

—¡Gracias, Luna! Me llamo Brillo, y soy un pez mágico. Como me has salvado, te concederé un deseo.

Luna se quedó pensativa. Podía pedir cualquier cosa… ¡un castillo de arena gigante, una montaña de helado o incluso volar como los pájaros! Pero entonces miró el mar y recordó algo muy importante.

—¡Ya sé qué quiero! —dijo con una sonrisa—. Quiero que el océano esté siempre limpio para que los peces como tú puedan vivir felices.

Brillo agitó su cola y, de repente, una ola brillante recorrió la playa, llevándose toda la basura y dejando el agua cristalina.

—Tu corazón es tan grande como el mar, Luna —dijo Brillo—. ¡Gracias por tu hermoso deseo!

Desde aquel día, Luna y Brillo se hicieron grandes amigos, y cada vez que la niña visitaba la playa, el pez arcoíris aparecía para jugar con ella.

Y así, Luna aprendió que los deseos más hermosos son aquellos que ayudan a los demás.

Pedir y aceptar ayuda

Pedir ayuda es, para muchos, un acto difícil. Crecemos en sociedades que valoran la autosuficiencia, la fuerza y la capacidad de resolverlo todo por nosotros mismos. Nos enseñan que depender de alguien es sinónimo de debilidad o de fracaso, cuando en realidad es parte esencial de la vida humana. Nadie llega lejos solo; incluso los más grandes logros de la historia están sostenidos por el trabajo, el acompañamiento y la generosidad de otros.

Reconocer que necesitamos apoyo no nos hace menos capaces, sino más conscientes de nuestra propia humanidad. Pedir ayuda requiere humildad, porque implica aceptar que no lo sabemos todo, que no lo podemos todo, y que está bien así. No somos máquinas, somos seres frágiles y a la vez fuertes, y esa mezcla nos recuerda que la vulnerabilidad también es parte de nuestra fortaleza.

Aceptar la ayuda que se nos brinda es otro paso importante. Muchas veces la rechazamos por orgullo, por miedo a ser una carga, o porque creemos que debemos demostrar que “podemos solos”. Pero cerrar la puerta al apoyo es también privar al otro de la oportunidad de dar, de mostrar su cariño o de practicar la solidaridad. Aceptar ayuda no es restar, es compartir. Y en ese compartir se teje un vínculo más profundo, porque nos dejamos ver de manera auténtica.

Pedir y aceptar ayuda no disminuye nuestro valor; al contrario, lo amplía. Nos recuerda que formamos parte de una red de cuidado mutuo, donde hoy yo recibo y mañana puedo ofrecer. Ese ir y venir de manos extendidas construye comunidad, fortalece relaciones y aligera cargas que, si se llevaran en soledad, podrían volverse insoportables.

Quizás la verdadera madurez no esté en lograr todo por cuenta propia, sino en reconocer cuándo necesitamos a los demás y en permitirnos recibir su apoyo con gratitud. Al final, aceptar ayuda es también aceptar que no estamos solos, y esa certeza puede ser uno de los mayores regalos de la vida.

Nunca eres demasiado viejo para tener otra meta u otro sueño

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Sin lluvia no habría arcoíris

Sin lluvia no habría arcoíris.