El horizonte, donde el cielo se une con el agua, nos invita a mirar más allá de lo inmediato. Allí no hay fronteras visibles, solo continuidad. Esa amplitud nos sugiere que la paz no se encuentra en acumular ni en controlar, sino en soltar y confiar.
Escuchar el mar también es escuchar el silencio que llevamos dentro. Entre ola y ola, hay un instante de quietud: breve, pero profundo. En ese espacio, como en la vida, está la oportunidad de detenernos, respirar y reencontrarnos con lo esencial.
El mar enseña que la paz no es ausencia de movimiento, sino equilibrio en medio del flujo constante de la existencia.
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