Vivir bajo una mentira puede significar muchas cosas: aparentar lo que no se es, ocultar lo que realmente se siente, sostener una vida construida sobre el miedo al juicio ajeno o incluso autoengañarse para evitar enfrentarse a la verdad. A primera vista, parece una forma de protección: esconderse detrás de máscaras puede dar seguridad y evitar el dolor inmediato. Sin embargo, con el tiempo, esa “seguridad” se convierte en una prisión.
La mentira —propia o hacia los demás— desgasta. Mantener una fachada exige energía, y tarde o temprano genera un vacío interior, porque no se está viviendo de acuerdo con la esencia personal. La autenticidad, aunque implique riesgos, trae consigo libertad. Ser uno mismo, con luces y sombras, con aciertos y errores, permite construir relaciones verdaderas y una vida con sentido.
En el fondo, vivir una mentira es posponer la posibilidad de vivir plenamente. Reconocer la verdad, aunque duela, abre la puerta a la paz interior y a la coherencia entre lo que se piensa, se siente y se hace.
Reflexión final: La mentira puede darte refugio por un tiempo, pero la verdad siempre será el camino hacia la libertad.
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