jueves, 14 de agosto de 2025

En la casa donde habita el tiempo

En la casa donde habita el tiempo
se olvidan las llaves, los nombres, los atardeceres.
Tu voz navega en pasillos de humo —
a veces regresa con una canción antigua,
otras veces se pierde detrás de una puerta que no tiene vuelta.

Tu mirada guarda fotografías en cajas de luz:
una sonrisa a medias, un verano que se repite,
la costura de un gesto que ya no recuerda su hilo.
Las manos, que antes sabían mapas, buscan ahora el contorno
de lo que fue y aún late bajo la piel.

No es ausencia completa: hay destellos, islas de claro —
un chiste que despierta una risa, el nombre de un nieto
que cae como fruta madura en la mesa.
Pero entre esos puertos, el mar cambia de noche a día,
y el barco olvida las rutas aprendidas.

Te hablo como quien enciende una lámpara:
para que el cuarto reconozca su propio humo.
Te escribo palabras que pueden ser ancla o puente,
para que cuando tu memoria se deshilache,
al menos queden manos que sostengan la historia.

Porque el olvido no borra el amor:
lo transforma en luz más suave, en cuidado que no exige memoria,
en presencia que sabe escuchar el silencio y nombrarlo entero.
Y si alguna tarde no recuerdas mi rostro, ven conmigo a otros paisajes:
aquí te encontraré en cada gesto, en cada taza tibia,
en la canción que insistimos en cantar una y otra vez.

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