A veces olvidamos lo simple que es perder un instante. El tiempo no pide permiso, no avisa, no negocia; simplemente avanza. Y en ese avanzar, nos arrastra con él por caminos impredecibles. Nos preocupa tanto lo que falta, lo que tememos o lo que aún no llega, que pasamos por alto todo lo que ya está aquí, justo delante de nosotros.
Sonreír no siempre significa que todo va bien. A veces es un acto de resistencia, una forma de recordarnos que seguimos aquí, que aún tenemos la capacidad de encontrar belleza entre el caos. Otras veces, es un gesto de gratitud silenciosa, un reconocimiento de que, pese a los tropiezos, seguimos avanzando.
Cuando sonreímos, no solo iluminamos nuestros propios pasos; también facilitamos el camino para quienes caminan a nuestro lado. Una sonrisa puede cambiar el tono de un día gris, suavizar una conversación difícil o recordarle a alguien que no está solo. Y aunque parezca un gesto pequeño, conserva una fuerza enorme: nos conecta, nos humaniza y nos devuelve a lo esencial.
La vida vuela—y justamente por eso, vale la pena mirarla de frente y regalarle esa sonrisa que a veces nos cuesta dar. Porque cada día trae algo que no se repetirá. Porque cada persona que encontramos pasa por nuestra historia solo un fragmento del tiempo. Porque cada emoción, incluso las difíciles, nos recuerda que estamos vivos.
Así que sonríe. No por obligación, sino como quien decide abrazar el momento presente. Como quien entiende que la vida es frágil, sí, pero también profundamente valiosa. Sonríe porque, aunque no podamos frenar el vuelo del tiempo, sí podemos elegir cómo lo vivimos.
Y quizás ahí, en ese pequeño gesto, esté la verdadera forma de permanecer.
%20(2).png)
No hay comentarios:
Publicar un comentario