sábado, 16 de agosto de 2025
El conocimiento habla, pero la sabiduría escucha
viernes, 15 de agosto de 2025
La desgracia de unos es la dicha de otros
La frase "La desgracia de unos es la dicha de otros" refleja una dura realidad de la vida: en muchas ocasiones, lo que supone una pérdida o sufrimiento para alguien puede significar una oportunidad o beneficio para otra persona.
Desde un punto de vista crítico, esta idea puede interpretarse como una manifestación del egoísmo o la desigualdad en la sociedad. Por ejemplo, en tiempos de crisis económica, mientras algunas personas pierden sus empleos, otras pueden aprovechar la situación para hacer negocios lucrativos. En guerras o conflictos, hay quienes sufren enormemente, pero también quienes se benefician económicamente de la venta de armas o la reconstrucción de ciudades.
Sin embargo, también se puede ver desde una perspectiva más neutral o incluso positiva. La naturaleza misma funciona con este principio: el ciclo de la vida implica que la muerte de un ser alimenta a otros. En lo social, alguien que pierde un trabajo deja un puesto disponible para otro.
Este dicho nos invita a reflexionar sobre la empatía y la justicia. ¿Es inevitable que el dolor de unos beneficie a otros? ¿Podemos construir una sociedad en la que el éxito no dependa del sufrimiento ajeno? La respuesta depende de cómo elegimos actuar frente a estas situaciones.
Solo hay dos días en los que no puedes hacer nada: Ayer y mañana.
Solo hay dos días en los que no puedes hacer nada: Ayer y mañana. Estas dos palabras, aparentemente sencillas, poseen un poderoso significado que a menudo pasamos por alto. Sin embargo, si reflexionamos profundamente, nos damos cuenta de cuánto peso tienen en nuestras vidas.
Ayer, ese día que ya ha pasado, nos recuerda que no podemos cambiar ni alterar lo que ya ha sucedido. Por mucho que nos torturemos mentalmente o nos lamentemos de nuestras decisiones, la verdad es que no podemos volver atrás en el tiempo y corregir nuestros errores. Es un recordatorio constante de la importancia de vivir el presente, de no desperdiciar la oportunidad de aprender de nuestras experiencias pasadas y de convertirnos en mejores versiones de nosotros mismos. Por otro lado, tenemos mañana, ese día que aún no ha llegado. Nos llena de incertidumbre, nos hace sentir vulnerables. Pero también nos ofrece una oportunidad maravillosa: la posibilidad de empezar de nuevo, de hacer las cosas de manera diferente, de trazar nuevas metas y alcanzar nuestros sueños. Sin embargo, también es una llamada de atención para no postergar nuestras acciones y responsabilidades, para no dejar que nuestros deseos queden siempre en el "mañana". La verdad es que solo tenemos este momento, este preciso instante en el que respiramos y existimos. El pasado ya no está, el futuro aún no ha llegado. Lo único que tenemos es ahora. Es nuestra oportunidad de tomar decisiones valientes, de amar con intensidad, de perseguir nuestros sueños y de vivir sinceramente. Entonces, no te ates al pasado ni esperes al mañana. Aprovecha el presente, vive cada día con autenticidad y gratitud. Acepta tus errores, aprende de ellos y sigue adelante. No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. La vida es un regalo precioso y efímero, y solo depende de ti cómo lo disfrutes. Recuerda: solo hay dos días en los que no puedes hacer nada: Ayer y mañana. El resto de tu vida está en tus manos. Actúa con sinceridad, vive con pasión y sé el protagonista de tu propio camino.La eternidad aquí y ahora
Cuando escuchamos la palabra eternidad, solemos pensar en algo lejano, inalcanzable, casi abstracto: un tiempo infinito después de la muerte, una dimensión a la que solo se accede tras dejar este mundo. Sin embargo, pocas veces nos detenemos a reconocer que la eternidad no es únicamente un destino futuro, sino también una experiencia posible en el presente.
El aquí y el ahora son puertas hacia lo eterno. Cada instante vivido con plena conciencia tiene el poder de contener lo infinito, porque en él se concentra toda la vida. Cuando respiramos con atención, cuando amamos sin distracciones, cuando abrazamos a alguien y nos entregamos de verdad a ese encuentro, el tiempo parece detenerse. No importa si dura segundos o minutos: en ese momento nos asomamos a algo más grande, algo que no cabe en relojes ni calendarios.
Vivir la eternidad aquí y ahora significa aprender a estar presentes. Significa dejar de posponer la felicidad para “cuando todo esté bien” o “cuando logremos lo que deseamos”, porque la vida real no está en el mañana imaginado ni en el ayer recordado, sino en este instante que se despliega frente a nosotros. La eternidad no se mide en cantidad de tiempo, sino en calidad de presencia.
La paradoja es que mientras más nos preocupamos por atrapar el futuro o revivir el pasado, más se nos escapa lo eterno. La eternidad no es acumulación de años, sino intensidad de vida. Se revela cuando decidimos saborear lo cotidiano: el silencio después de una conversación profunda, la calma de observar un atardecer, la risa que surge de manera inesperada.
Al comprender que la eternidad está en el ahora, aprendemos también a reconciliarnos con la finitud. Porque aunque nuestro cuerpo tenga un límite y los días se acaben, cada momento vivido con plenitud es ya un fragmento de lo eterno. No necesitamos esperar a cruzar a otra vida para experimentarla: basta con abrir los ojos, el corazón y la conciencia a lo que ocurre en este preciso momento.
Así, la eternidad deja de ser un concepto distante y se convierte en un modo de vivir: reconocer la grandeza de lo pequeño, la profundidad de lo inmediato y la infinitud que se esconde en cada instante presente.
jueves, 14 de agosto de 2025
En la casa donde habita el tiempo
En la casa donde habita el tiempo
se olvidan las llaves, los nombres, los atardeceres.
Tu voz navega en pasillos de humo —
a veces regresa con una canción antigua,
otras veces se pierde detrás de una puerta que no tiene vuelta.
Tu mirada guarda fotografías en cajas de luz:
una sonrisa a medias, un verano que se repite,
la costura de un gesto que ya no recuerda su hilo.
Las manos, que antes sabían mapas, buscan ahora el contorno
de lo que fue y aún late bajo la piel.
No es ausencia completa: hay destellos, islas de claro —
un chiste que despierta una risa, el nombre de un nieto
que cae como fruta madura en la mesa.
Pero entre esos puertos, el mar cambia de noche a día,
y el barco olvida las rutas aprendidas.
Te hablo como quien enciende una lámpara:
para que el cuarto reconozca su propio humo.
Te escribo palabras que pueden ser ancla o puente,
para que cuando tu memoria se deshilache,
al menos queden manos que sostengan la historia.
Porque el olvido no borra el amor:
lo transforma en luz más suave, en cuidado que no exige memoria,
en presencia que sabe escuchar el silencio y nombrarlo entero.
Y si alguna tarde no recuerdas mi rostro, ven conmigo a otros paisajes:
aquí te encontraré en cada gesto, en cada taza tibia,
en la canción que insistimos en cantar una y otra vez.
Lo que no podemos cambiar
En la vida hay realidades que, por más que queramos, no podemos modificar: el paso del tiempo, la muerte, el pasado, las decisiones de los demás. Luchar contra ellas nos desgasta y nos llena de frustración, porque es como intentar detener el viento con las manos.
Aceptar lo que no podemos cambiar no significa resignarnos ni rendirnos; significa reconocer que hay fuerzas más grandes que nosotros y que nuestra energía está mejor invertida en aquello que sí podemos transformar: nuestra actitud, nuestras elecciones, la manera en que respondemos a lo que nos sucede.
La sabiduría está en distinguir entre lo que depende de nosotros y lo que no. Y una vez hecho ese discernimiento, aprender a soltar. En esa aceptación nace la verdadera libertad, porque dejamos de cargar con lo imposible y nos abrimos a construir lo posible.