lunes, 29 de septiembre de 2025

La casa de los nombres

En la casa donde antes vivían los rostros,
las palabras se esconden tras cortinas de polvo.
Un nombre se convierte en un jardín sin sendero,
la dirección de un recuerdo se pierde en el cielo.

Tus manos buscan fotos en un cajón de luz,
tocan sonrisas que tiemblan como hojas.
El tiempo dobla esquinas que antes reconocías;
los minutos vuelan con pañuelos de memoria.

A veces vuelves, como un faro que titila,
con fragmentos de un verso, con el olor de la lluvia.
Otras, te quedas en la puerta del silencio,
mirando adentro como quien intenta recordar el mapa.

Yo hablo despacio, te nombro la distancia,
te ofrezco un nombre nuevo cuando el viejo se pierde.
Porque amar es aprender a sostener las manos
aunque el camino vuelva a olvidarlo todo.


Entre Niebla y Recuerdos

Se escapan los nombres,
como aves al alba,
y en el jardín del alma
se marchitan los ayeres.

El tiempo, antes firme,
se vuelve arena suelta
que resbala entre los dedos
de una memoria cansada.

Hay ojos que aún reflejan
lo que el corazón no olvida,
aunque la mente dibuje
sombras en vez de rostros.

Manos que tiemblan lento
buscando un hilo de luz,
mientras el silencio cubre
lo que un día fue canción.

Y sin embargo, en lo profundo,
brota una chispa quieta:
amor que no necesita nombre
para seguir existiendo.

Porque aunque el recuerdo duela
o se pierda en el camino,
la ternura florece intacta
entre la niebla del olvido.



Si alguna vez olvido quien soy…

Autora: Fina Tur 

Si alguna vez olvido quien soy…

Ven y llévame al mar para que me funda en su azul…
Dile a la luna llena que necesito verla…

Y a las estrellas que vigilen que no me apague…

Recuérdame cada intento…
Para que recuerde que fui capaz…

Enséñame montañas, sonrisas y nubes…
Y dime que me esperan…

Tararéame bajito y balancea mi cintura para que la música regrese a mis pulmones…

Susúrrame un «te quiero» para que mi corazón recuerde lo que es latir…

Dime que los sueños son más reales que la realidad y que me esperas allí para demostrármelo…

Tráeme lluvia y tormentas para poder resguardarme en casa…

Inventa fantasmas y fantasías que hagan temblar mi piel…

Abre puertas que resuciten mi alma y me devuelvan la fe…

Átame a tu abrazo y no me dejes escapar…

Mírame a los ojos para que los tuyos griten mi nombre y me reconozca de nuevo…
Y hazme saber que el amanecer no amanece sin mi despertar…

…Si alguna vez olvido quien soy…
Por favor…
No lo olvides tú…
Autora: Fina Tur

sábado, 6 de septiembre de 2025

La grandeza de la humildad

La humildad no es debilidad ni sumisión; es, en realidad, una de las formas más puras de grandeza. Quien es humilde reconoce sus virtudes sin vanidad y sus limitaciones sin temor. La humildad nos enseña que nadie es más ni menos que otro, sino que todos estamos en el mismo camino de aprendizaje.

Un corazón humilde se abre al diálogo, escucha antes de juzgar y sirve sin esperar recompensa. Es capaz de alegrarse con los logros ajenos porque sabe que la verdadera riqueza no está en ser más que los demás, sino en crecer junto a ellos.

La grandeza de la humildad está en que nos libera del orgullo y nos permite ver la realidad con claridad. Nos conecta con la sencillez, con la gratitud y con la paz interior. Y al mismo tiempo, hace que quienes nos rodean se sientan vistos, valorados y respetados.

En un mundo que muchas veces exalta la apariencia y la competencia, la humildad se vuelve un faro de humanidad y una fuerza silenciosa capaz de transformar relaciones, comunidades y corazones.

El puente de la vida

La vida es un puente tendido entre lo que fuimos y lo que seremos. Sobre sus maderos llevamos recuerdos, decisiones, miedos y sueños; algunos tablones crujen, otros brillan aún con la lluvia recién secada. No siempre vemos el final desde el inicio: a veces el horizonte se oculta tras la niebla y sólo avanzando descubrimos la forma del camino.

Cruzar no exige ausencia de temor, sino el valor de dar el siguiente paso a pesar de él. Cargar equipaje demasiado pesado —rencores, culpas, expectativas ajenas— hace la travesía larga y torpe. Aligerar la carga, pedir ayuda cuando el viento sopla fuerte, o confiar en los propios pies son actos sencillos que, acumulados, nos permiten avanzar con más calma y con la vista puesta en el paisaje que se abre al otro lado.

Habrá momentos en que el puente se sacuda: pérdida, cambio, despedidas. Esos temblores no siempre anuncian ruina; muchas veces revelan segmentos que necesitan repararse, personas que necesitan perdón, o la valentía de construir nuevos tramos. Y habrá tramos de quietud, donde podemos detenernos a mirar el río que corre abajo y agradecer lo aprendido.

Quizá lo más valioso no sea llegar pronto, sino aprender a caminar con presencia: a escuchar el canto del viento, a ofrecer la mano al caminante que tropieza, a reconocer que cada paso deja una huella. Al cruzar, mirar atrás no para quedarse, sino para ver cuán lejos hemos llegado. Así, cada puente que construimos y cada puente que cruzamos nos transforma, y en esa transformación descubrimos que la vida no es sólo destino: es el arte de atravesarla.

— Pequeña estrofa
Puente entre ayer y mañana,
mis pasos hacen eco y luz;
llevo lo que me sana,
dejo lo que me hace cruz.