miércoles, 1 de octubre de 2025

La Marea Silenciosa de las Ausencias

Aquí estoy, sentada en este sillón que reconozco, pero que a veces se siente ajeno. Miro mis manos, estas manos que han amasado pan, acariciado rostros y escrito tantas cartas, y me pregunto: ¿de quién son en verdad? Sigo siendo yo, lo sé, en lo profundo, en esa chispa que aún arde. Pero una marea silenciosa sube, y no es de agua salada, sino de olvido.

Es extraño. Es como si el universo hubiera decidido empezar a quitarme mis libros de la estantería, uno a uno, sin preguntar. Hoy se fue el nombre de la flor que planté con tanto cariño el verano pasado. Ayer, el motivo exacto de esa cicatriz en mi rodilla. Y mañana, ¿qué será? ¿El rostro de mi primer amor? ¿El sabor del café que mi madre me enseñó a preparar?

A veces me asusta, claro que sí. Me asusta no poder encontrar el camino de vuelta a la cocina o mirar a mis hijos y tener que luchar por traer sus nombres a la superficie. Pero otras veces... otras veces siento una extraña paz. Es como si al irse las anécdotas, se fueran también las viejas penas, los rencores tontos, las preocupaciones sin importancia.

Quizás, y solo quizás, la memoria no es lo que nos define por completo. Tal vez lo que queda, lo que resiste a esta niebla, es la esencia pura. El sentir. Aún puedo sentir el calor de un abrazo, la belleza de una melodía y el amor inmenso que late por quienes me rodean.

Así que, mientras mi mente se despide lentamente de los hechos y las fechas, me aferro a lo que es eterno: el amor que di y el amor que recibo. Ellos no están en mis recuerdos, están en mi corazón. Y por ahora, mi corazón sigue sabiendo quién soy. Soy la mujer que ama. Soy la mujer amada.

lunes, 29 de septiembre de 2025

La casa de los nombres

En la casa donde antes vivían los rostros,
las palabras se esconden tras cortinas de polvo.
Un nombre se convierte en un jardín sin sendero,
la dirección de un recuerdo se pierde en el cielo.

Tus manos buscan fotos en un cajón de luz,
tocan sonrisas que tiemblan como hojas.
El tiempo dobla esquinas que antes reconocías;
los minutos vuelan con pañuelos de memoria.

A veces vuelves, como un faro que titila,
con fragmentos de un verso, con el olor de la lluvia.
Otras, te quedas en la puerta del silencio,
mirando adentro como quien intenta recordar el mapa.

Yo hablo despacio, te nombro la distancia,
te ofrezco un nombre nuevo cuando el viejo se pierde.
Porque amar es aprender a sostener las manos
aunque el camino vuelva a olvidarlo todo.


Entre Niebla y Recuerdos

Se escapan los nombres,
como aves al alba,
y en el jardín del alma
se marchitan los ayeres.

El tiempo, antes firme,
se vuelve arena suelta
que resbala entre los dedos
de una memoria cansada.

Hay ojos que aún reflejan
lo que el corazón no olvida,
aunque la mente dibuje
sombras en vez de rostros.

Manos que tiemblan lento
buscando un hilo de luz,
mientras el silencio cubre
lo que un día fue canción.

Y sin embargo, en lo profundo,
brota una chispa quieta:
amor que no necesita nombre
para seguir existiendo.

Porque aunque el recuerdo duela
o se pierda en el camino,
la ternura florece intacta
entre la niebla del olvido.



Si alguna vez olvido quien soy…

Autora: Fina Tur 

Si alguna vez olvido quien soy…

Ven y llévame al mar para que me funda en su azul…
Dile a la luna llena que necesito verla…

Y a las estrellas que vigilen que no me apague…

Recuérdame cada intento…
Para que recuerde que fui capaz…

Enséñame montañas, sonrisas y nubes…
Y dime que me esperan…

Tararéame bajito y balancea mi cintura para que la música regrese a mis pulmones…

Susúrrame un «te quiero» para que mi corazón recuerde lo que es latir…

Dime que los sueños son más reales que la realidad y que me esperas allí para demostrármelo…

Tráeme lluvia y tormentas para poder resguardarme en casa…

Inventa fantasmas y fantasías que hagan temblar mi piel…

Abre puertas que resuciten mi alma y me devuelvan la fe…

Átame a tu abrazo y no me dejes escapar…

Mírame a los ojos para que los tuyos griten mi nombre y me reconozca de nuevo…
Y hazme saber que el amanecer no amanece sin mi despertar…

…Si alguna vez olvido quien soy…
Por favor…
No lo olvides tú…
Autora: Fina Tur

martes, 9 de septiembre de 2025

Cuando se abre una flor

sábado, 6 de septiembre de 2025

La grandeza de la humildad

La humildad no es debilidad ni sumisión; es, en realidad, una de las formas más puras de grandeza. Quien es humilde reconoce sus virtudes sin vanidad y sus limitaciones sin temor. La humildad nos enseña que nadie es más ni menos que otro, sino que todos estamos en el mismo camino de aprendizaje.

Un corazón humilde se abre al diálogo, escucha antes de juzgar y sirve sin esperar recompensa. Es capaz de alegrarse con los logros ajenos porque sabe que la verdadera riqueza no está en ser más que los demás, sino en crecer junto a ellos.

La grandeza de la humildad está en que nos libera del orgullo y nos permite ver la realidad con claridad. Nos conecta con la sencillez, con la gratitud y con la paz interior. Y al mismo tiempo, hace que quienes nos rodean se sientan vistos, valorados y respetados.

En un mundo que muchas veces exalta la apariencia y la competencia, la humildad se vuelve un faro de humanidad y una fuerza silenciosa capaz de transformar relaciones, comunidades y corazones.

El puente de la vida

La vida es un puente tendido entre lo que fuimos y lo que seremos. Sobre sus maderos llevamos recuerdos, decisiones, miedos y sueños; algunos tablones crujen, otros brillan aún con la lluvia recién secada. No siempre vemos el final desde el inicio: a veces el horizonte se oculta tras la niebla y sólo avanzando descubrimos la forma del camino.

Cruzar no exige ausencia de temor, sino el valor de dar el siguiente paso a pesar de él. Cargar equipaje demasiado pesado —rencores, culpas, expectativas ajenas— hace la travesía larga y torpe. Aligerar la carga, pedir ayuda cuando el viento sopla fuerte, o confiar en los propios pies son actos sencillos que, acumulados, nos permiten avanzar con más calma y con la vista puesta en el paisaje que se abre al otro lado.

Habrá momentos en que el puente se sacuda: pérdida, cambio, despedidas. Esos temblores no siempre anuncian ruina; muchas veces revelan segmentos que necesitan repararse, personas que necesitan perdón, o la valentía de construir nuevos tramos. Y habrá tramos de quietud, donde podemos detenernos a mirar el río que corre abajo y agradecer lo aprendido.

Quizá lo más valioso no sea llegar pronto, sino aprender a caminar con presencia: a escuchar el canto del viento, a ofrecer la mano al caminante que tropieza, a reconocer que cada paso deja una huella. Al cruzar, mirar atrás no para quedarse, sino para ver cuán lejos hemos llegado. Así, cada puente que construimos y cada puente que cruzamos nos transforma, y en esa transformación descubrimos que la vida no es sólo destino: es el arte de atravesarla.

— Pequeña estrofa
Puente entre ayer y mañana,
mis pasos hacen eco y luz;
llevo lo que me sana,
dejo lo que me hace cruz.

La verdadera lágrima...

La verdadera lágrima no es la que se desliza por el rostro y se seca con el viento, sino aquella que permanece oculta en el corazón, silenciosa, cargada de un dolor o de una emoción tan profunda que ni siquiera encuentra salida. Una lágrima auténtica no siempre se ve; a veces se guarda, se disfraza de sonrisa o se esconde en el silencio de la mirada.

Las lágrimas visibles alivian, pero las invisibles enseñan. Son las que nos hacen comprender nuestra fragilidad, valorar lo que tenemos y crecer en empatía hacia los demás. Porque, en el fondo, no lloramos solo por lo que nos duele, sino también por lo que amamos.

El sonido del agua

El agua fluye sin detenerse, acaricia las piedras y las suaviza, atraviesa los caminos más difíciles sin oponer resistencia. A veces parece débil, pero con paciencia y constancia es capaz de abrir surcos en la roca más dura.

Así también es la vida: cada experiencia, como una gota, nos moldea. El tiempo y las dificultades no siempre hay que enfrentarlos con fuerza bruta, sino con flexibilidad, como el agua que se adapta a cada curva y sigue su curso.

El paso del agua nos recuerda que la suavidad puede ser más poderosa que la rigidez, y que avanzar, aunque sea despacio, es lo que nos permite llegar al mar de nuestras metas.

No hay justicia en el mundo

Decir no hay justicia en el mundo” no es solo una afirmación intelectual: muchas veces es una herida que duele en carne propia. Es la conclusión a la que llegan quienes han visto cómo el poder, la indiferencia o la mala suerte convierten en silencio el llanto de alguien. Reconocer esa realidad es doloroso, pero también es el primer paso para no normalizarla.

La injusticia existe en múltiples formas: económica, racial, de género, ambiental, legal. A veces es visible —un juicio amañado, una ley injusta— y otras veces es sutil —microagresiones, oportunidades negadas, favores que se conceden según apellido—. Eso no borra los avances: leyes que antes no existían, movimientos sociales que cambiaron narrativas, personas que usan su voz para exponer abusos. Pero el hecho de que haya mejoras parciales no hace que la sensación de injusticia sea menos real.

¿Por qué duele tanto la idea de que no hay justicia? Porque la justicia es la promesa de que el esfuerzo, la verdad y la dignidad tendrán recompensa o, al menos, reconocimiento. Cuando esa promesa se rompe, queda el vacío del desencanto. Y en ese vacío pueden crecer la rabia, la desesperanza o la pasividad.

¿Qué se puede hacer sin convertir ese dolor en cinismo paralizante? Algunas ideas prácticas y humanas:

  • Sostener la verdad: escuchar y creer a quienes sufren. La validación es un acto de justicia mínima.

  • Actuar a pequeña escala: acompañar, ayudar a gestionar recursos, apoyar causas locales. Las grandes transformaciones suelen empezar por muchas pequeñas acciones.

  • Construir solidaridad: la justicia colectiva es más alcanzable cuando hay redes que exigen rendición de cuentas.

  • Formarse y exigir: informarse, participar en procesos democráticos, presionar a instituciones; no esperar que otros siempre arreglen lo que nos afecta.

  • Cuidarse: la lucha contra la injusticia puede quemar. Mantener la salud mental y comunitaria permite sostener esfuerzos a largo plazo.

También hay una dimensión interior: aceptar la contradicción. Vivimos en un mundo donde coexisten belleza y crueldad, generosidad y abuso. Aceptar que no todo se puede arreglar inmediatamente no equivale a rendirse: es aprender a distinguir entre lo que depende de nosotros y lo que no, para enfocar energía donde puede producirse cambio.

Por último, la frase «no hay justicia en el mundo» puede servir tanto de lamento como de motor. Si la pronunciamos desde la impotencia, paraliza. Si la pronunciamos desde la claridad, puede convertirse en impulso: reconocer la injusticia y —en la medida de lo posible— responder con actos que la contrarresten, por pequeños que sean.

Vive y deja vivir

“Vive y deja vivir” no es solo un refrán; es una invitación a soltar el control y a reconocer que la vida de los demás no es un espejo ni una competencia. Vivir plenamente y permitir que otros hagan lo mismo implica confianza, humildad y —sobre todo— respeto.

Cuando practicamos este principio, dejamos de gastar energía en juzgar pequeñas diferencias: la forma de vestir, las opiniones políticas, las decisiones afectivas, o el ritmo con que alguien avanza en su vida. Al hacerlo ganamos algo precioso: libertad. Libertad para equivocarnos, para cambiar de rumbo, para explorar. Y al conceder esa libertad a otros, reducimos conflictos, aligeramos la convivencia y creamos espacios donde cada quien puede ser auténtico.

Eso no significa indiferencia ni falta de límites. Vivir y dejar vivir admite matices: podemos y debemos intervenir cuando hay daño (violencia, abuso, injusticia). Pero antes de reaccionar con ira o con corrección constante, vale la pena preguntar: ¿esto es mi asunto? ¿mi crítica aporta o hiere? Muchas veces la mejor ayuda es escuchar, acompañar y ofrecer apoyo sin imponer.

Pequeños gestos que lo hacen real:

  • Practica la curiosidad en vez de la crítica: pregunta para entender, no para refutar.

  • Acepta la incomodidad de ver elecciones que no elegirías.

  • Pon límites claros cuando algo te afecta, pero sin intentar controlar al otro.

  • Recuerda que cambiar a alguien por imposición rara vez funciona; el cambio verdadero nace de dentro.

  • Celebra las diferencias: diversidad es aprendizaje en vivo.

Un mini poema para llevar:
Vive, que el mundo te espera,
con sus luces y sus grietas.
Deja a otros hallar su senda;
tu paz crece si la respetas.

En resumen: “vive y deja vivir” es una práctica diaria que exige paciencia y coraje. No es pasar por alto lo importante, sino elegir dónde invertir nuestra energía: en construir, acompañar y crecer, en lugar de en controlar o imponer.